El deseo de regalar un diamante me parece un buen punto de partida.
Ahora la pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿confio en mi joyero de confianza, esperando que sea competente y honesto, y sepa aconsejarme bien, o trato de encontrar una solución más ventajosa económicamente y quizás más adecuada a mis necesidades?
En el caso se opte por la segunda hipótesis el camino que hay que recorrer es el siguiente:
- Ante todo tengo que saber de que manera la calidad del diamante determina su precio. Los elementos son esencialmente cuatro: pureza, color, corte y peso. Sin detenernos en detalles técnicos (lo veremos en otro momento), resulta evidente que con un presupuesto predefinido nuestra elección corresponderá a un diamante grande de calidad inferior o pequeño de calidad superior. Comúnmente se privilegian los diamantes puros (I.F.) y blancos (color D-E-F), subestimando las proporciones del tallo que sin embargo hacen que la piedra sea más o menos brillante. Mi visión es diametralmente opuesta, en cuanto me pregunto, qué sentido tenga preferir un diamante que per una tonalidad imperceptible o una pequeña inclusión visible solo con el micoroscopi, transmita menos brillantez. Además es importante subrayar que al variar un solo punto de pureza y de color (no identificables a simple vista ni siquiera por un gemólogo) la diferencia de precio puede ser notable, sobre todo en los diamantes de peso elevado. No es igualmente evidente la diferencia de precio entre un corte discreto y uno excelente.
- Una vez identificada la calidad adecuada se debería exijir un certificado internacional que garantice la autenticidad de la calidad descrita. Los únicos certificados internacionales reconocidos comercialmente en el mundo son G.I.A., H.R.D. e I.G.I. (además A.G.S. poco utilizada en Europaquizás porque extremadamente estricta en sus evaluaciones)